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Tomado de: http://bit.ly/tEqdo1 |
En el
hospital leyendo a Sándor Márai y esperando a que el grupo médico pase revista
a mi hermano convaleciente.
El profesor
y las estudiantes rodean la cama del enfermo. Hablan sobre su situación.
Calculan probabilidades. Como en la película de Pach Adams, el paciente no
tiene nombre. Y si además padece esquizofrenia, entonces no tiene la razón.
Este cuadro
de tan repetido parece lugar común. La deshumanización de la práctica médica es
un disco rayado. Disco rayado, obsolescencia lingüística de la época de los
discos de acetato: dícese de lo que se repite y se repite sin noria que lo
salve. Si atendemos el caso entonces abría que redefinir la medicina en sus
principios Hipocráticos, un recitación que dicen en los primeros años de
formación. Quizá el día del grado. Una oración para unos cuantos que son tan
escasos como los actos heroicos.
En nuestra comarca –como mínimo-, la práctica médica por pura
estadística es un oficio que trata enfermedades no personas. Y con la Ley 100
se convirtió en algo así como “la explotación comercial de la agonía” que menciona S. Márai en
sus Diarios 1984-1989.
Me asomo a
la habitación y veo que los cuadernos de una estudiante están sobre los pies
del paciente. Afortunadamente el paciente se ha dormido, así la estudiante no
corre el riesgo de dejar de tomar notas tan cómodamente como ahora que mira sin
pestañear a su profesor.
Comprendo
la frase que acabo de leer de S. Márai: “La gran prueba de la vida no es la
muerte sino el morir”
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